“El hombre en el castillo” es una de las primeras novelas del escritor estadounidense Philip K. Dick. Publicada originalmente en Estados Unidos en 1962 con el título de “The Man in the High Castle” por la editorial GP Putnam’s Sons, fue galardonada con el Premio Hugo en la categoría de mejor novela en 1963. Traducida al español por Manuel Figueroa para la editorial Planeta, forma parte de su colección Booket desde el año 2014.
Philip K. Dick es uno de los escritores más influyentes dentro del género de la ciencia ficción. Con una prolífica carrera literaria, nos dejó un legado de 121 relatos cortos y 36 novelas, entre las que podemos encontrar “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, que sirvió como base para la película “Blade Runner” de Ridley Scott, “Ubik”, “Valis”, “Laberinto de muerte” o “Tiempo de Marte”.

“El hombre en el castillo” es aparentemente una ucronía que transcurre en una realidad en la que la victoria de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial ha generado un nuevo orden mundial. Pero en un nivel más profundo lo que descubrimos en un mundo formado por un estrato de realidades paralelas que forman parte de un universo multidimensional.
Ambientada en San Francisco, quince años después del fin de la guerra, “El hombre en el castillo” muestra una sociedad dividida en la que reina la desigualdad. Los estados del Pacífico y el Reich se han repartido el territorio en el que un día se asentaran los Estados Unidos, y ahora los japoneses forman parte de la élite de la sociedad de la costa oeste, dominando a sus antiguos pobladores, pero heredando sus costumbres y cultura, que se ha convertido en objeto de culto.
En este contexto, el señor Tagomi, un jerarca del Pacífico, celebra una reunión mercantil con un comerciante europeo. Lo que en un primer momento parece un encuentro comercial se transforma en una reunión secreta entre un militar japonés y un espía alemán en la que se sale a la luz la operación “Diente de León”, por la que el Reich tiene como objetivo lanzar una bomba nuclear sobre su aliado de las Islas del Pacífico de forma sorpresiva. La situación se complica aún más con la muerte de Bormann, el sucesor de Hitler en el poder, y con las intrigas políticas que implican el nombramiento de un nuevo canciller.
Dos libros; uno real, el “I Ching”, un oráculo que domina la vida y las decisiones de los protagonistas, y otro ficticio, “La langosta se ha posado”, que muestra la simulación de lo que podría haber sucedido si los aliados hubieran ganado la guerra, impregnarán el relato de historia y filosofía, donde personajes históricos sobreviven a los hechos y protagonizan las páginas de una realidad alternativa que se superpone al tejido de la propia existencia.
“El hombre en el castillo” es una novela que atrae más por el contendido que por la forma, donde la construcción de los personajes no está del todo desarrollada y en la que sus destinos finales no llegan a culminar. No obstante, el sentido filosófico de la novela imprime la firma de Philip K. Dick en cuanto a los conceptos que plantea y al simbolismo de determinados fragmentos, que parecen casi oníricos. Una obra recomendable, en cualquier caso, por el interés que suscita la temática que trata y el atractivo literario del autor.
“El punto de vista de esas gentes era cósmico. No un hombre aquí, un niño allá, sino una abstracción, la raza, la tierra. Volk. Land. Blut. Ehre. No un hombre honrado sino el Ehre mismo, el honor. Lo abstracto era para ellos lo real, y lo real era para ellos invisible. Die Gütte, pero no un hombre bueno, o este hombre bueno. Este sentido que tenían del espacio y del tiempo. Veían a través del aquí y el ahora el vasto abismo negro, lo inmutable. Y eso era fatal para la vida, pues eventualmente la vida desaparece. Sólo quedan entonces unas pocas partículas de polvo en el espacio, los gases de hidrógeno caliente, nada más, hasta que todo empieza de nuevo. Un intervalo, ein Augenblick. El proceso cósmico se apresura, aplastando la vida y transformándola en granito y metano. La rueda gira y todo es temporal. Y ellos -estos locos- responden al granito, el polvo, anhelando lo inanimado”.
Puntuación 3,5/5
